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Remember me on this computer. Enter the email address you signed up with and we'll email you a reset link. Need an account? Click here to sign up. Download Free PDF. A short summary of this paper. Download Download PDF. En la puerta del monobloc un probable inquilino se dispone a salir. Renuncian y se van. El inquilino saluda y toma la calle. Al punto, en el corredor, aparece un hombrote que se viste de un mono azul y de una desconfianza profesional. En su acento y empaque identifico a un ejemplar de Pontevedra, resistente y lleno de espinas exteriores como un abrojo.
Despavorido, el hombre de azul nos da con la puerta del monobloc en las narices. En este lugar la boca del Infierno sigue abierta, y ha de seguirlo hasta el milenio futuro en que Buenos Aires tenga su juicio final.
Al fin y al cabo yo soy un combatiente de ayer que recorre ahora su antiguo campo de batalla, resucita muertos y busca en la noche rastros perdidos. Cierto gitano, tendido a lo ebookelo. Ya estamos en la calle y otra vez en la noche.
Nos mantenemos fuera del cono para observar. De sus potencialidades no actualizadas, ebookelo. Y su tono indiferente me instala como a un espectro en la prehistoria de Buenos Aires.
Regresa el mozo fantasmal, portador de la botella y de algunos vasos culones. Piadosamente, vuelvo a llenarles los vasos. Ahora vayamos al taita Di Pasquo. Planean atracos a instituciones bancarias o fabriles, vestidos con lujosas robes de chambre. Los espera un Roll Royce con su chofer lleno de galones dorados. Pero el taita Flores, ciego y sordo, prosigue su tirada en un crescendo lamentable: —Malevos de pistola cuarenta y cinco en el sobaco, y tres cargadores en el bolsillo del frac.
Yo acuso. A mi juicio, el fuelle preopinante ha dado en la tecla justa. De cualquier modo, ni la democracia ni la carne de yeguarizo tienen vela en este lujoso entierro del tango. Se dio entonces un conato de pandemonio. Una mina, percanta o mosaico que se le fue a uno en una voiturette lujosa rumbo al Armenonville.
O entre los cuchilleros del Parque Patricios que me fortificaron con sus parrilladas mixtas. O en los conventillos musicales donde se pelearon y entendieron las razas. Pero La Rubia Mireya no los escuchaba.
Le falta seriedad y mesura. El tango es una posibilidad infinita. Frente a los ebookelo. Peor es el tufo a mugre del lavadero. La guitarra patea si le tocan la verija sensible. Se oyeron aplausos. Tal vez en alguna botica de arrabal, o en la letra de un tango muerto ya como las bocas antiguas que lo cantaban. Varones y hembras, a ese conjuro, recogieron las sillas plegables y las amontonaron contra las paredes, a fin de allanar el campo a los bailarines que ya se juntaban en parejas.
He muerto un jueves y resucitado un domingo para entrar con todos en el clinch de los clinches. Y la idea se ebookelo. Y no es cierto.
Enflaquecer al rico, a las buenas o a las malas. En la mente del Autodidacto se hizo una luz meridiana. Dios es todopoderoso. Ha de saber que soy profesor de judo y de karate, y no me dejo patear las nalgas ni por los delanteros de Boca Juniors. Estudien sus extremidades inferiores y superiores, chuecas y amazacotadas.
Para soltar grasa y hacer pinta con otra silueta. Una esponja embebida en hiel y vinagre. Y al influjo del espumante bebestible, fue recobrando su maltrecho decoro. Estoy pensando en un gigot de cerdo con abundante choucroute. Lo vi muy claro esta noche, ante los guerrilleros de Nueva Pompeya. Porque algo hay de liturgia en esta comedia.
Y el Autodidacto pondera otra vez en Patricia esa ebookelo. No importa: Samuel tiene su calendario en las Dos Batallas. Ahora necesito dormir y olvidar». En suma, un sargento lleno de ebookelo. Y era ya tarde cuando lo hizo. Venimos a psicoanalizarlo. Grato y estimulante para los intrusos fue aquel despunte de oratoria castromunicipal. Entre los del grupo asomado a esa grandiosa perspectiva, uno solo manifestaba cierta inquietud, y era Barroso, un edil vocacional pero frustrado.
Por eso ya no tiene una conciencia fluvial. Y si no, vea usted: la Casa Rosada es el asiento del «poder temporal». Quiere poner la Catedral en el terreno del Banco y me amenaza con demoler el Ministerio de Hacienda para erigir en su lugar un Ministerio de Armas. Mi coronel, el destino de una ciudad se fija desde y en el acto de su nacimiento. Ha de admitir, en consecuencia, que olvidar ese principio y aquel fin es traicionar al Fundador. Tensos como una bordona y una prima, Barrantes y Barroso cambiaron otra mirada.
Porque ha traicionado las consignas de su Fundador. Y sus ojos de vasco, azulmar o verdeselva, recorrieron la Plaza de Mayo en busca de un horizonte perdido. En realidad el vasco estaba hecho una furia. Los trastes y los contrastes no alteran el orden legalmente constituido.
Aunque no les veo las caras, tienen un aire general de trapisondistas. Conozco a esos hombres de abajo como si los hubiera parido uno a uno entre dos luces. Tres ebookelo. Alborozado, recibe a los periodistas que zumban en sus antesalas. Ante los periodistas deslumbrados, el doctor arquitecto Ramiro Salsamendi concreta su doctrina. Christus vivit! Pero me asalta una duda. Yo soy un «retirado» casi oficial. Nada nos humaniza tanto como un almuerzo, ya sea frente a una costilla de mamut o ante un Chateaubriand lujosamente guarnecido.
Filosofa de hambre, naturalmente. Patricia, nosotros no escribimos el libreto. En aquel instante la pareja oye resonar el timbre de abajo.
No lo esperaba hoy. En el comedor y de pie, vestido enteramente de negro y proyectando una dulce benignidad milenaria, David los espera ya. Y el gato Mandinga, un intuitivo, frota su lomo encorvado en las piernas del circuncidador. Pero me dio a entender que yo no era digno de la cuarta vela.
El Autodidacto suelta una risotada que a Mandinga no le gusta y que hace cavilar al circuncidador. Pero ebookelo. Como usted, soy amigo del piloto Coraggio. Si quiere su Biblia, la tengo en mi camarote. Y sin ebookelo. Pero no crean que tanta facilidad los excluye de un cataclismo. Las dentaduras entraron en actividad: cortaban los incisivos, desgarraban los caninos y trituraban los molares. Los turistas no lo incomodan. No me asisten razones de furia sino de piedad.
Lo has desterrado y lo empujas al horizonte del sur. E con la pipa in bocea e zapatilla in mano, e trionfa la linyera que se va per Santa Fe. Los vi sudar al sol, mojarse bajo los diluvios, llorar sus desgajamientos y cantar en sus posibles resurrecciones. Observamos la noble figura del general, su rostro patilludo y febril de consignas heroicas. Victoria tras victoria. Porque la libertad es como el sol: nace al Este y se pone al Oeste. Boleadoras y lazos en las patas y el cogote de baguales en torbellino que ebookelo.
Y uno gana, pierde y recobra horizontes como anillos. Hay que aquietar el tiempo —dijo mi coronel— y conseguir un horizonte que no avance ni retroceda, si uno quiere levantar una casa o un amor en la llanura. Pero el indio, limitado a su papel de iluminador, hizo girar una llave oculta; y al encenderse la tercera lamparita dio luz al tercer retrato.
Oigan bien: tenemos un general de la Independencia y un coronel que agarra un desierto, le impone formas vitales y lanza consignas al futuro. Yo tuve dos hermanos, dos puntales flojos, y tuve dos hermanas oblicuas que desertaron. Lo vi con estos ojos. Al fin de cuentas, los que se fueron practicaron un intrascendente «suicidio en la Patria». Es entonces cuando el gaucho Fierro cambia una soledad por otra soledad.
En las llanuras, en los montes y en las ciudades aparecieron caras nuevas y resonaron otros idiomas. Los «padres», en su desgajamiento, no llegaron a tomar conciencia del futuro; los «hijos» la tomaron, pero callaban en una suerte de perplejidad; con los «nietos» empieza la voz cantante. A mi entender, los argentinos finales integran una Paleoargentina que se muere de muerte natural ante una Neoargentina en despunte y crecimiento.
La Paleoargentina es una vuelta de espiral que ha terminado su recorrido: la Neoargentina es una vuelta de la misma espiral que arranca en el punto exacto donde concluye la otra.
Ustedes, los de la Metahistoria, la llamaron «colonialista». Usted sabe: quiero deslumbrar a los «ejecutivos». Y estos hombres que me siguen opinan lo mismo.
Pero los mellizos Domenicone se ubicaron a su derecha y a su izquierda, mudos como la fe, incisivos como la esperanza, tiernos como la caridad.
Los hechos no dan para tanto: se trata de un allanamiento vulgar y silvestre. Nos da la llave o demolemos la torre. Leamos la segunda pared. Hay que buscar y revisar a una mujer. Herr Siebel es un hombre ingenioso: ha encerrado a su mujer en el altillo.
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